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La suerte (y privilegio) de pertenecer a un buen equipo – PRIMERA PARTE

8 Jul

Desde niña he practicado algún deporte, siguiendo siempre el famoso lema de «lo que cuenta es participar». Esto es muy cierto, tanto como que hay que saber perder, hay que saber ganar y siempre pasárselo bien en la pista; aunque soñar con ganar, con meter goles, canastas, hacer puntos, auto superarse o simplemente hacer un papel digno, no deja de ser una constante para quien practica algún deporte.
Me encantaba correr, así que siempre iba corriendo a todos lados (me mandaban a hacer recados y volvía yo rapidísimo). En el colegio jugábamos unos años a Balonmano y otros a Baloncesto (íbamos intercalando). Yo era malísima en ambos (al contrario que mi mejor amiga de entonces, a la que se le daban bien todos los deportes) y apenas metía alguna canasta (aunque sí que hacia muchos tapones) ni mucho menos un gol (me ponían de extremo en Balonmano y veía yo el ángulo muy mal. Ahora veo partidos en la tele, y los extremos hacen verdaderas viguerías!), pero mis equipos eran buenos, siempre junto a mis amigas y me encantaba ir a los partidos. El Sábado de partido era el día que menos me costaba madrugar (sin contar el día de Reyes, claro).
Por supuesto que me ponía un poco nerviosa al principio de cada partido, pero nada que superara las ganas de jugar.
En aquel entones no conocía la esgrima (es una lástima, a veces me pregunto que hubiera pasado, si habría llegado a ser buena de verdad), pero sí que practicaba otros deportes individuales como la natación o el atletismo (directamente nos obligaban a ir a lo que llamaban «Cross» o pruebas de resistencia, por el mero hecho de estar apuntadas a Balonmano. De entrada era odioso, pero luego me encantaba entrenar con mis amigas y al final no hacía nunca un mal papel. Recuerdo que en natación o pruebas de velocidad, siempre me ponía muy nerviosa lo de no reaccionar a tiempo al pistoletazo de salida… Mientras que en pruebas de resistencia, temía perderme! Desviarme del camino!

La esgrima la descubrí de mayor, aunque siempre me había llamado la atención, por aquello de las películas de mosqueteros. Primero en la Universidad, cuando me quedaban apenas dos meses para terminar la carrera, vi que había unos cursos de «Esgrima escénica» en la Escuela de actores y fui a informarme. Por supuesto, me encantó. Hacíamos coreografías y estaba yo deseando hacer alguna de aquellas en las que se sube a las escaleras, o se cuelga uno de una lámpara. Siempre volvía de las clases contenta, con un satisfactorio dolor de piernas (el maestro italiano nos hacía sudar la gota gorda), retando a mis compañeras de piso al grito de «me las pagaréis, bribonas!». Eso sí, cuando un buen día el maestro sacó las máquinas eléctricas y nos puso a «tirar» entre nosotros (esgrima deportiva), entonces fue cuando en verdad supe que ese era mi deporte. Sentí la adrenalina, el verdadero «enganche», una intuición de ritmo y tempo que me hacían liquidar uno tras otro a mis compañeros de curso (gané a todos menos a uno, que hacía tiempo que practicaba la esgrima, tenía experiencia, vamos). El maestro exclamó «Dónde has aprendido eso? Porque yo no te lo he enseñado!». Años mas tarde he sabido que aquello que yo hacía intuitivamente para separar la espada del contrario y poder atacar con una «marcha» o un «fondo» se llama «batimiento».
Pero terminé la carrera, tuve que dejar este curso, volver a mi isla-cuartel general y la vida me llevó por otros derroteros, alejados de clubs de esgrima, o de dinero para costearlo (entiéndase, al contrario de lo que piensa la gente, la esgrima no es cara, pero he tenido etapas en mi vida en las que había que hacer frente a otras prioridades).
Así que cuando volví a vivir en Barcelona (esta vez Barcelona ciudad), en seguida busqué

Caretas y espadas en un campeonato cualquiera...

Caretas y espadas en un campeonato cualquiera…

un club de esgrima al que apuntarme.
Encontré un pequeño club nada caro, en el que enseñaban espada y me volví a aficionar. Desde entonces todo fue muy rápido, en seguida quería yo tirar, comprarme mi propia espada, e incluso competir…
Este club me gustaba mucho, tenía su encanto, con poca gente pero agradable y que tiraban bien y un gran maestro que nos daba siempre clase particular, con lo que rápidamente, si una tenía ganas, se aprendía muchísimo…

Continuará…

Posteriormente vendrá el inevitable cambio de club, tolerancia a las competiciones y el último torneo bávaro de la temporada, acontecido el pasado fin de semana, con final… INFELIZ?? NI FU NI FA? FELIZ? Un poco de paciencia, que no quiero saturar el post…

Mi Barcelona

6 Mar

No siempre viví en Barcelona, pero me siento de allí. De pequeña vivía en un pueblo cercano, luego, nos fuimos a vivir a una isla y hace unos años volví a Barcelona, pero a Barcelona ciudad, que es la mejor ciudad del mundo.
En Barcelona todos nos hacemos barceloneses, como me imagino que en Nueva York uno se hace neoyorquino. Uno no es ya ni de España ni de Cataluña, simplemente es de Barcelona.
La verdad es que cuando me vine a vivir a Baviera, pensé que echaría mucho de menos la preciada ciudad condal, pero lo más duro fue la semana antes de venirme. Toda la tristeza, la nostalgia, la llorera, me vino antes de dejar la ciudad, de despedirme de la gente, de «mis lugares», sus calles, mi sala de esgrima (vaya un momentazo tristón, con la sala vacía por ser verano, aunque mejor.)
En Barcelona tenía «mis lugares», «mis rincones», que había ido haciendo míos a base de descubrirlos… Allí siempre iba a los sitios buscando diferentes rutas, muchas veces caminando, aunque fuera de punta a punta de la ciudad.
Para tomar algo con la gente de esgrima, me encantaba ir al «Bar Tomás». Dicen que tienen las mejores bravas de Barcelona, aunque a mí no me parecen patatas bravas. Son patatas con alioli y pimentón, pero están riquísimas igualmente. Si me preguntan cuál es mi plato preferido diré: «las tapas». Pues el Bar Tomás es un buen lugar para disfrutar de «mi comida preferida».
Para merendar me gustaba ir al «Cup&cake» de la calle Enric Granados (una de mis calles preferidas de toda Barcelona). Tienen unos Cup Cakes buenísimos… Aunque hay otro lugar de Cup cakes en la calle Bisbe Sivilla buenísimo, y no sabría decir cuál de los dos es mejor. Lo que ocurre es que Enric Granados queda siempre mucho más a mano, pero vamos, yo era bien capaz de ir hasta el pie del Tibidabo por un buen Cup cake.
Teníamos otro lugar preferido para las tapas, muy cerquita de las Ramblas, por la parte de arriba y a mano derecha. Nunca supe el nombre (creo que no tiene ni letrero), pero sus tapas están buenísimas y a muy buen precio.
Y ya estando por el Raval, pederse por sus calles es un «lujo». Puedes acabar comprando pastelitos turcos (muy cerca de las señoras que venden su cuerpo), viendo a los patinadores de delante del Macba, tomando algo en el Carrer Hospital, dejarte llevar en la librería La Central (donde van los más intelectuales de Barcelona), o entrar a curiosear en la tienda del Liceu (es una tienda encantadora).
Y si pasamos al otro lado de las ramblas, entonces hay un lugar de pinchos (tipo vascos) que es una maravilla, y ¡no por estar en la misma plaza de la Catedral es más caro!
Si tienes suerte, quizás encuentres al grupo de la Escola de Gospel y presencies un recital. He tenido la suerte de escucharlos (y verlos) un par de veces.
Por supuesto, las calles del Gótico son totalmente para perderse y encontrar joyas que luego te costará volver a encontrar, como la tienda «Como agua de Mayo».

Una de las calles a las que ibas a dar paseando por el Gótico, aunque si lo buscabas, nunca lo encontrabas...

Una de las calles a las que ibas a dar paseando por el Gótico, aunque si lo buscabas, nunca lo encontrabas…


Y si te acercas a la Plaça del Pi, tendrás un estupendo paseo para echar la tarde. Cerca, se puede tomar un chocolate en la calle Petrixoll. Y si lo que te apetece es más bien un helado, en una de las calles que desembocan en la Plaça Sant Jaume hay una heladería enorme, de esas en las que te dan a probar sabores antes de que te decidas.
Otra opción para un helado, es ya en el Born. Hay una heladería pequeña en la que si quieres, le echan chocolate caliente a tu helado (por unos 50 céntimos más). A veces simplemente se me antojaba y había que ir hasta allí.
En el Born hay numerosas tiendas de diseño, aunque bastante caras.
Desde allí, habría dos opciones, o dejarse arrastrar hasta la Ciudadela,
Parc de la Ciutadella... No tan grande como el retiro, no tan original como el parc Güell, pero simplemente es encantador.

Parc de la Ciutadella… No tan grande como el retiro, no tan original como el parc Güell, pero simplemente es encantador.

con ese encanto especial (vale, no son los Jardines de Luxemburgo de Paris, pero tampoco está nada mal), o subir hacia la Plaça Sant Pere, a cenarse una señora Piadina como Dios manda. Desde que las descubrí, las prefiero mil veces a las pizzas. Pero han de ser las Piadinas de Santa Piadina, que las hacen con los mejores ingredientes (cebolla caramelizada, Speck, queso Fontina, mmmmmm).
Por allí hay otro lugar de Cup Cakes, no es tan bueno como los dos que he mencionado antes, pero estando en las cercanías, también vale. Y bueno, tienen tartas también muy buenas.
Y volver por todo el Eixample caminando hasta el paseo de Gracia me trae recuerdos de cuando trabajaba por allí, y nunca me daban ganas de coger el metro, por la de calles y edificios señoriales que te encontrabas, totalmente agradable en una tarde de diario. Aunque también me trae recuerdos de la última manifestación a la que fuimos, y justo fuimos a dar al lugar de los disturbios, con lo que acabamos gaseados (creo que poca gente sabe lo que son los gases lacrimógenos. Yo lo sé y es más que desagradable).
Llegaría al gran Paseo de Gracia, que recorrería de abajo arriba, asomándome a los escaparates de las tiendas caras, quizás entrando en Hoss Intropía, seguro en La Casa del libro. No podría dejar de admirar «La casa Batlló» ni «la Pedrera», que aunque las hayas visto millones de veces, siempre te sorprenden, como si fuera la primera vez.
Pasaría por delante del «Atellier» de mi diseñador. Qué recuerdos…Comprarme el vestido de novia fue uno de los mayores tragos de mi vida, pero también de los momentos más curiosos, divertidos, peculiares, ¿exclusivos?, diferentes de mi vida. Aunque tuvo momentos horribles, ahora lo recuerdo con cariño. Sobre todo a mi gran y definitivo diseñador. Quizás algún día contaré esa historia, que es toda una odisea.
Entre las calles circundantes: Rambla Catalunya, Diagonal, paralelas o perpendiculares, encontraría mis tiendas preferidas como «Maje Paris», «Comptoir des Cotonniers», «Sandro», «Hakei», o ya me llegaría hasta la Illa, en la que están todas juntas, junto con «Les Petites», etc…
¡Pero no podría dejar de ir al barrio de Gracia! , eso sí, pasando por la Casa Fuster (una vez fuimos a un concierto de Jazz allí). En Gracia hay miles de restaurantes… En concreto, una crepería en la calle Torrent de l’Olla. Y ¿cómo no? El teatreneu muy cerca, en el que suele haber obras de teatro de improvisación tipo «Improshow», con las que te partes de la risa (esos chicos son buenísimos).
Por supuesto, no puedo olvidarme de mi cine preferido, el Floridablanca. ¿Cuántas veces habré ido? (casi siempre caminando desde Plaza España). Siempre pasábamos por delante de un bar de empanadillas argentinas que siempre estaba lleno y al que nunca nos había dado por entrar, hasta justo antes de venirnos. ¡Vaya descubrimiento! Tienen empanadillas de casi de todo ¡y están buenísimas! A muy buen precio (normal que siempre estuviera lleno).
Pero también me gustaba ir al cine Icaria (en la Villa Olímpica), sobre todo sola a la sesión matinal de un fin de semana. Alguna vez me encontré compartiendo la sala sólo con dos o tres personas.
Y bajarse del metro en Maria Cristina y encontrarte con aquella pareja de hermanos (eran hermanos porque se parecían mucho), que uno tocaba el violín y otro la guitarra, no tenía precio. ¡Vaya par de talentos!
Muy cerca está el Barrio de Les Corts, uno de mis preferidos por parecer un pueblo en medio de la gran Urbe. La plaza de la Concordia era uno de mis lugares preferidos para sentarse y tomarse algo (aunque casi siempre estaban ocupadas las mesas de todas sus terrazas, normal).
En fin, y pasear por Montjuic, escalar en la Foixarda (aunque ya no está habilitado), ir a una exposición en el Caixaforum, el restaurante Market por Sant Antoni… ¡Hasta Sants tenía sus lugares! Hay una plaza muy agradable entre la estación y Creu Coberta.
Yo pensaba que no tenía morriña, pero alguien me ha hablado un par de cosas de Barcelona y creo que me ha venido toda de golpe. Sniff, sniff…
A los que estéis cerca, ¡disfrutad de Barcelona! Es vuestra, como lo fue mía.
Espero haberos mostrado algún lugar que no conociérais, pues es mi legado.

Piso estilo Texas (pero de la matanza…)

29 Dic

Siento que llevamos media vida viendo pisos… Primero en Barcelona, donde ningún piso se ajustaba a nuestras necesidades y lo que había bonito (poco) y exterior-luminoso era carísimo.
Ahora que donde buscamos el piso es en Baviera, parece que la cosa no mejora (no al menos en la zona en la que estamos, donde todo es caro y apenas hay oferta… Ni un solo cartel he visto por la calle).
Ayer fuimos a ver uno de los pocos pisos que se anuncian por Internet (que esa es otra, los anuncian por Internet, pero luego siempre son con inmobiliarias de por medio).
Ya de entrada el piso no pintaba muy bien (abuhardillado), pero llega un punto en el que hemos bajado el criterio de búsqueda, así que había que verlo.
El barrio tenía buena pinta (muy Wisteria lane, hay muchos barrios de este estilo en estos pueblos alemanes). El piso era la Buhardilla de una de esas «bonitas» casas que sembraban el tranquilo barrio.
Nada más aparcar el coche y bajarnos, una señora nos pregunta que si buscamos a alguien (hummm, qué raro, la cosa era entre cotilla de barrio y bruja fantasmagórica, Buahaha!)

La mujer era de este estilo, sólo que más rellenita y con el pelo más oscuro...

La mujer era de este estilo, sólo que más rellenita y con el pelo más oscuro…

La señora nos indicó dónde se hallaba el número de la casa que buscábamos.
Al llegar a la casa nos encontramos con la agente inmobiliaria (lo de siempre), que nos intentó llevar al interior de la misma.
Para empezar, la puerta del jardín no se abría (yo me imaginé llegando tarde y esa puerta sin ceder).
Entonces salió uno de los dueños de la casa (tchaaan! El hijo. Un tipo de entre 45 y 50 años, sucio, en chandal sucio, con pelo grasiento y ojos más que bizcos..

Tio raro raro... Menos mal que en realidad no tenía ni media "ost..." y era flácido y poca cosa en realidad, pero era "creepy".

Tio raro raro… Menos mal que en realidad no tenía ni media «ost…» y era flácido y poca cosa en realidad, pero era «creepy».

El hombre era realmente espeluznante). Tras hacer fuerza durante unos 3 minutos, consiguió abrir la puerta (que estaba mojada de la lluvia). Así que mientras entrábamos nos dio su flácida mano, mojada por la lluvia y vete a saber qué más (buaaaggghh), mientras un ojo miraba para Roma y el otro para Berlín (mejor, así no te mira el escote, bueno, ¿qué escote? si hacía un frío de narices).
Al entrar en la casa, eso era «creepy», era fantasmagórico, desde el olor, hasta las cosas que había en las escaleras…
Así que subimos a la buhardillita romántica (sí hombre, esas son las de Paris). MADRE MÍA! Eso era un zulo, con todo cochambroso, las paredes mal pintadas (nunca antes vista una cosa así en Alemania, donde todo lo cuidan y ni los cables ves), con un simple horno con cocina de gas, una mesa y un par de armarios pequeños en los altos. Las paredes, abuhardilladamente inclinadas….
Entonces pasabas a un pasillo, que era el salón. Todo oscuro, enano y CON UNA COLUMNA EN MEDIO (diosss, encima de poco espacio y menos luminoso, una columna para que te termines de tropezar si no había bastante). La única ventana de ese salón era una en el techo, que el Borja intentó abrir y luego ni se podía cerrrar…
El dormitorio era lo mejor (sin ironía), grande, pero vamos, estaba hecho un asquito. No sé, los supuestos 60 m2 del piso debían de estar todos en el dormitorio.
Entonces llegó la vieja, la madre del chaval, que iba con un gato en brazos… En ese momento (bueno, yo creo que ya antes) terminé de visualizar mentalmente escenas de películas de miedo como «el día de la madre», «La matanza de Texas» y «Psicosis» juntas.
El Borja me preguntó: «¿Qué te parece el piso?
Le contesté: «No me gusta nada» (aprovechando que esa gente no sabía español).
Así que tras entre 5 y 10 minutos (no más), nos fuimos por patas. Agg, volvimos a dar la mano al chaval (ese chaval de entre 45 y 50 tacos), y la vieja nos dió su dedo meñique, porque estaba sujetando al gato (maléfico gato).
A todo esto, que los señores tenían las llaves de ese «piso» en el que vivía una chica, y entraban y salían a su antojo (se ve que dijeron algo así como «vamos a aprovechar que la chica ha salido»).
Oh, mein Gott.
Sí, la cocina era algo así

Sí, la cocina era algo así


En lo que nos dirigíamos al coche el Borja decía: «Sí hombre, yo no te dejaría nunca ahí sola, con esa gente…». 😛 (Menos mal que a veces da estas muestras de cariño el muchacho).